Alcé
la vista de mis pensamientos y vi una casa corriente con un
gran ventanal en el que se podía divisar a una alegre familia en la que la
tranquilidad y el buen ambiente reinaban en ella. Era como la casa que siempre
imaginaba cuando me adentraba en la experiencia de soñar e imaginar todo lo que
me gustaría tener, pero en ese momento me di cuenta de que mi imaginación ya no
volaba como antes.
El
tiempo no es continuo y menos aún el tiempo de los cuentos.
Entonces es cuando caes en la cuenta de que cada uno marca su tiempo haciendo
un uso propio de como vivir cada segundo que marca las agujas del reloj. Y me pregunte
a mi misma ¿eres tú la que decides como adentrarte a vivir cada instante de tu
tiempo? o ¿hay algo que te condiciona? Es ahí cuando caí en al cuenta de que había
algo que me acompañaba en mi paseo nocturno de todos los días.
Seguimos
caminando en silencio. Caminamos durante las horas
y las horas caminaban en nosotras. Las horas pasaban y yo me planteaba si
seguir con mi pena, la cual me acompañaba en mí día a día o aparcarla a un lado
y seguir otro camino en el que poder caminar sin estar condicionada por algo.
La
dejé al amanecer. La calle en silencio, sólo un gato y el
sol empezaba a salir, es ahí donde me percate de que empezaba un nuevo día. Un día
en el que yo había decidido marcar un antes y un después en el cual caminar sin
esa pena que no me dejaba ver más allá de mi tristeza.
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